Ante unas ocho mil personas de bajísimo promedio de edad, el grupo alemán presentó en Chile sus canciones de rock básico e iniciático.
SANTIAGO.- Las señales venían dadas desde antes de la hora del concierto: Fuera de la Arena Movistar se podían contar los automóviles estacionados, lo que en día de concierto vislumbra un escenario francamente preocupante. Sin embargo, en el interior del anfiteatro más de ocho mil personas ya estaban a la espera del número estelar.
La explicación a tamaña disonancia está en el techo de edad de los presentes, que fácilmente se ubica en los 15 años. Son niñas en su gran mayoría, capaces de multiplicarse por varias a la hora de chillar, en un ruido ensordecedor que resuena nada más apagarse las luces del recinto.
Los responsables del ritual son los alemanes de Tokio Hotel, el cuarteto que esta noche debutó en Chile demostrando que su tipo de arrastre es concordante con su propuesta: Los alemanes hoy sólo pueden ser una banda iniciática, puerta de entrada a una zona que pronto se dejará atrás para seguir avanzando por nuevos caminos.
La razón está en un rock básico y limitado, que bebe de distintas fuentes para configurar un repertorio irregular, suficientemente audaz para crear la ilusión de escuchar algo que no es un proyecto de pop maqueteado y blando (en rigor, es otra cara de la misma moneda), y lo bastante conservador como para no patear estómagos que aún se impactarían con los clásicos clichés del rock & roll.
El libreto escogido para desarrollar eso oscila entre lo futurista y lo apocalíptico, un sello que está en la estética —de estalactitas grises, dibujos de tuberías y paisajes arrasados en la pantalla de fondo—, pero también en el sonido.
Así, temas como "Noise" aluden a las vertientes más oscuras del nu metal, mientras que "World behind my wall" es una balada rock para coros masivos, atravesadas por el facilismo futurista de los viejos Babylon Zoo (los de la olvidada "Spaceman") y un ímpetu rockero tan calculado como el del glam metal, al que el look del cantante Bill Kaulitz —cuyo rostro será familiar para cualquiera que haya visto una revista de quinceañeras colgando de un kiosco— inevitablemente recuerda.
Pero nada de eso será tema para las púberes que hoy recibieron al grupo hasta con globos con los colores de Alemania en "Darkside of the sun", previo acuerdo fraguado en un club de fans.
Para ellas, Tokio Hotel debe ser hoy el principio y el fin, en una fidelidad que el tiempo debería dejar atrás: A menos que los alemanes también crezcan y se expandan, en unos años más la afición por ellos no será más que motivo de enternecedora nostalgia.
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